Desde los barrotes de su ventana
le contemplaba diariamente,
Soñaba con acariciar sus cabellos,
besar cada centímetro de su piel.
Él no le conocía,
pero sus ojos le resultaban familiares,
pues llevaba demasiado
tiempo observando desde la sombra.
La sombra era parte de él,
siempre creando oscuridad
en cada rayo de luz que mostraba.
Ícaro se lanzó a volar,
y sus alas comenzaron a sentir
una calidez inusual.
Lleno de valentía le confesó todos sus miedos.
El amor que sentían uno por el otro
les consumía,
lo sabían,
y siguieron intentándolo.
El Sol no podía radiar más
y quemaba el alma de Ícaro,
hasta que de llorar un mar
se inundaron sus alas.
Y la muerte consiguió
que a ambos el fuego les quemara.
B. B
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